viernes, 7 de octubre de 2011
el encuentro
Nos reencontramos por culpa de Facebook. Yo la tenía olvidada, o bien guardada en el disco rígido de mi memoria que tiende a desfigurar las cosas hasta convertirlas en nada. Pero Facebook nos hizo cruzar. Yo estaba reponiéndome de una caída amorosa, ella no sé. En sus fotos vi que se había casado y que tenía dos hijas. Cuando éramos jóvenes a mí me gustaba, pero de eso pasaron ya muchísimos años. De repente entramos en una frecuencia digital parecida, a mí me gustaban las cosas que ella escribía en el muro, ella me hacía saber que le pasaba algo así con lo mío. Quedamos en encontrarnos en persona. Volví a mirar sus fotos, la cara de su marido, la sonrisa de sus hijas. Los mensajes previos al encuentro fueron de buena onda, quizás demasiada para lo que nos quisimos en su momento. ¿Nos habíamos amado? Nunca cogimos, a esa edad no se cogía como se coge ahora o yo no me enteré de que sí se cogía. En cualquier caso, ella y yo no cogimos cuando nos conocíamos, hace muchísimos años. Quizás ahora llegaba por fin el momento de reparar aquella omisión, ahora con un par de hijos a cuestas de su parte y un marido con cara de pocas ganas de ser cornudo. Pero ¿y si se separó del marido? ¿O si tienen una relación abierta en donde se permiten sexo extramatrimonial sin que esto represente un atenuante en el amor que se profesan? Quiero ser ese forastero, ese residente ilegal legalizado por ellos. Ella en las fotos conserva aquello que me gustaba en aquel momento que, como ya dije, sucedió hace muchísimos años. Ella está, si se podría decir, más mujer que en aquellos años, más hermosa que la post-adolescente que tiraba de mí más que una yunta de bueyes. Ahora la quería coger más que antes; antes también quería pero no entendía muy bien cómo funcionaba ese mecanismo. Todo lo sexual me parecía de una complejidad alienante, tanto como intentar entender un manual de uso de algo escrito en idiomas como el holandés o el chino.
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