viernes, 7 de octubre de 2011

el encuentro (4 y final)

Llega el momento, después de dos tragos, de avanzar hacia territorio desconocido, de encaminar la conversación hacia un tema ineludible. Quiero coger con vos ahora porque sí, porque me gustabas antes y no cogimos, pero más porque me gustás ahora. La mente de un hombre funciona así: en un momento la idea de coger entra en el circuito de pensamiento y empieza a pasar por delante del prisma de atención con mayor frecuencia y a intervalos cada vez menores, hasta llegar el punto en que uno sólo piensa en ello.
Ella sonreía y a mí me gustaba un poco más con cada achinada de ojos, con cada hoyuelo que se le marcaba. ¿qué pasaría si ella se daba cuenta de mi intención de llevarla a la cama, adentro de las sábanas o afuera me daba igual? ¿Se sentiría feliz, halagada, o por el contrario se escandalizaría como una mujer casada? Yo había llegado al punto en el que tenía que averiguarlo. Comenté que "nunca habíamos tenido sexo", usé esas palabras duras, almidonadas, para no decir "nunca cogimos" y ella se rió. En esos segundos posteriores a la risa creo que contuve el aire. Me dijo "no" entre risitas. De repente se puso un poco seria, no tanto como para preocuparme, lo necesario para intrigarme: "¿no estarás pensando en que yo quería verte porque quería que pasara algo, no? Digo, entre nosotros..." Me sentí retado, como una inexistente profesora de catequesis que reprochaba mis pensamientos oscuros. Nooo, claro que no, cómo se te ocurre, pff, jaja, mirá si yo...
"Ah no? Porque yo sí. Te busqué para eso". Me miró fijamente a los ojos desnudos por un rato, mucho rato creo.

el encuentro (3)

¿Cómo sería ese primer instante de volvernos a ver, ese primer contacto visual? Luego el beso en la mejilla, la tersura de la mejilla (la de ella, la rispidez de la barba en la mía). Sonrisas, palabras preparadas, convencionales -no por falta de sinceridad sino porque hay momentos que que están demasiado verdes, que aún no han sido alcanzados por palabras mejores. Dicho de otro modo: hay momentos en los que uno dice cualquier cosa pero no significa que sienta cualquier cosa sino que lo que siente es algo que no está conquistado y que uno no sabe de una cómo codificarlo correctamente. Después, recién después, nos miraremos a los ojos, nos gustaremos, recordaré qué me gustaba de ella en el pasado y me daré cuenta de que no sólo todavía sigue allí sino que ha mejorado su calidad con el tiempo. Después nos sentaremos en una de las mesas del bar que ella eligió, y accidentalmente ella chocará su rodilla contra la mía debajo de la mesa y me dirá uy perdón y seguiremos hablando como si no hubiera pasado nada pero sí pasó y lo que pasó es tanto o más importante que lo que las palabras dicen. Nos hemos vuelto a tocar después de tantos años, sí, aunque sea con ropa, aunque sean las rodillas. Ella va a pedir algo de tomar, algo que pide siempre o que le dio ganas de tomar ahora, tampoco todos los detalles tienen la misma importancia y lo que ella pida o deje de pedir no reviste un interés mayor en esta noche. pida lo que pida se lo traerán y hasta que eso llegue tenemos unos minutos para volvernos a mirar un rato, para ver que todavías nos gustamos y que con gusto esta misma noche cambiamos sus planes de ir al teatro por el de ir a unirnos como una gota de mercurio se une con otra gota de mercurio y forman una sola gota de mercurio más grande. Llegan las bebidas, hablamos. Me gusta escucharla, me gusta verla sonreír, me gusta que yo le guste. trato de evitar hablar de sus hijos y su familia, pero en seguida considero que es mejor sacarme de encima ese obstáculo cuanto antes y le pregunto directamente por ellos. Me dice questántodosbien y rápidamente pasamos a otro tema, esta noche los protagonistas somos nosotros.

el encuentro (2)

Cruzamos mensajes por distintas vías, texto en el celular, mail por facebook, guiños varios. todo anticipaba un reencuentro para ponernos al día de todas las caricias que no llegamos a hacernos en su momento. Porque algunas caricias nos hicimos, pero de las que son aptas para todo público, caricias de novela de la tarde, ni siquiera de tira adolescente de hoy. Hoy se coge y antes no, no me van a decir que era igual hace veinte años. Ella y yo nos debíamos (al menos) una noche de desnudez, de canal codificado, de la sinceridad animal de los cuerpos, y todo mensaje que intercambiábamos connotaba, al menos para mí, ese inevitable destino.

el encuentro

Nos reencontramos por culpa de Facebook. Yo la tenía olvidada, o bien guardada en el disco rígido de mi memoria que tiende a desfigurar las cosas hasta convertirlas en nada. Pero Facebook nos hizo cruzar. Yo estaba reponiéndome de una caída amorosa, ella no sé. En sus fotos vi que se había casado y que tenía dos hijas. Cuando éramos jóvenes a mí me gustaba, pero de eso pasaron ya muchísimos años. De repente entramos en una frecuencia digital parecida, a mí me gustaban las cosas que ella escribía en el muro, ella me hacía saber que le pasaba algo así con lo mío. Quedamos en encontrarnos en persona. Volví a mirar sus fotos, la cara de su marido, la sonrisa de sus hijas. Los mensajes previos al encuentro fueron de buena onda, quizás demasiada para lo que nos quisimos en su momento. ¿Nos habíamos amado? Nunca cogimos, a esa edad no se cogía como se coge ahora o yo no me enteré de que sí se cogía. En cualquier caso, ella y yo no cogimos cuando nos conocíamos, hace muchísimos años. Quizás ahora llegaba por fin el momento de reparar aquella omisión, ahora con un par de hijos a cuestas de su parte y un marido con cara de pocas ganas de ser cornudo. Pero ¿y si se separó del marido? ¿O si tienen una relación abierta en donde se permiten sexo extramatrimonial sin que esto represente un atenuante en el amor que se profesan? Quiero ser ese forastero, ese residente ilegal legalizado por ellos. Ella en las fotos conserva aquello que me gustaba en aquel momento que, como ya dije, sucedió hace muchísimos años. Ella está, si se podría decir, más mujer que en aquellos años, más hermosa que la post-adolescente que tiraba de mí más que una yunta de bueyes. Ahora la quería coger más que antes; antes también quería pero no entendía muy bien cómo funcionaba ese mecanismo. Todo lo sexual me parecía de una complejidad alienante, tanto como intentar entender un manual de uso de algo escrito en idiomas como el holandés o el chino.